Ese Atlántico que jamás conoceremos (I)

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Entre otras historias, cuentan nuestros mayores que antiguamente las centollas y las nécoras no eran especies muy apreciadas, apenas se les daba importancia. Se usaban sobre todo para abonar los campos. El mar arrojaba periódicamente a la playa cantidades suficientes para llenar cestos y cestos sin mayor problema, tal era su abundancia. Y por supuesto se les consideraba comida de pobres.

Al principio estos testimonios nos suenan a batallita del abuelo. Sin embargo, basta comprobar como coinciden con los de gentes de diverso tipo y condición procedentes de otras partes de la ría para que el escepticismo se transforme en alarma: esto ocurría hace poco más de medio siglo en la ría de Arosa, hoy una de las más contaminadas de Galicia y, en cuanto a productividad, una sombra de lo que fue (por no hablar de esa suerte de arácnidos marinos, convertidos en artículo de lujo y reclamo para turistas). Pero lo más desolador es que, lejos de tratarse de una anécdota limitada a un espacio geográfico concreto, este duro proceso de degradación no es muy diferente del padecido por una buena parte de la costas y mares del planeta en donde el hombre ha metido la zarpa, tal como ha ocurrido con el Atlántico que baña las costas de nuestra vieja y gastada Europa. El propio Jacques-Yves Cousteau se lamentaba de que los lugares donde había buceado en su juventud se habían convertido en desiertos sin vida.

De forma natural tendemos a valorar los cambios que se producen en todo lo que nos rodea en función del tiempo humano, bien sea nuestra propia experiencia, bien la de la generación que nos precede. Comparamos el mar que conocemos con el que fue y sacamos conclusiones que casi nunca son favorables. Así es como idealizamos el pasado, el vivido y el contado, y lo convertimos en un referente para nuestros esfuerzos conservacionistas (en realidad los que el poder económico nos permite llevar a cabo, pero este es otro tema), porque damos por hecho que nuestro Atlántico se encontraba entonces en un magnífico estado de salud. Lo cual no deja de ser cierto desde un punto de vista humano, pero es rotundamente falso si lo analizamos desde la perspectiva adecuada. Sesenta años o un siglo son mucho tiempo para las personas, pero para el mar no son nada, nada significan. El tiempo del hombre y el tiempo del océano no participan de la misma sustancia. Por ello es imposible calibrar correctamente el uno aplicando la escala que utilizamos para el otro. A nadie en su sano juicio se le ocurriría medir en años luz la distancia que separa las localidades de San Xurxo de Sacos, provincia de Pontevedra, y Alamedilla del Berrocal, Ávila; o cuánto se tarda en ir desde el Sol hasta el centro de la Vía Láctea sin sobrepasar el límite de 110 km/h. Se trata de dimensiones de naturaleza radicalmente disímil.

Si no tenemos esto en cuenta a la hora de analizar la situación, seremos incapaces de comprender la magnitud del desastre en toda su asombrosa crueldad. No se trata solo del grado de destrucción alcanzado, sino del vertiginoso ritmo al que hemos arrasado todo. Imaginemos una escena de película de terror: un tipo de aspecto juvenil, sano, de constitución fuerte y vigorosa que repentinamente se transformase ante nuestros ojos en un ser decrépito, consumido y enfermo ¡en apenas un par de segundos! Quizá así estemos más cerca de la realidad.

Con toda probabilidad, el mar de nuestros padres y abuelos ya no era el mismo que el sus abuelos, ni que el de los abuelos de sus abuelos. Ellos ya no están aquí para contárnoslo de viva voz, pero en su lugar disponemos de testimonios escritos de marinos, viajeros y naturalistas a partir de los cuales nos es posible reconstruir con bastante precisión cómo era aquel mar, y sobre todo de qué forma factores como el advenimiento de la pesca industrial, allá por el siglo XIX, y muy particularmente una de sus artes más destructivas, el arrastre, puso en marcha el proceso de degradación que en estos momentos está llevando al océano al borde de la extenuación. En la segunda parte, si os apetece, os presentaré uno de estos testimonios.

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