Dualidad en la cueva de Solins

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Imagínense; el clásico sótano donde el paso del tiempo se traduce a síntomas tradicionales: moho, telarañas, y por encima de todo, vigas de madera harinosas y corroídas por las termitas, dándole a la sala un aspecto quejumbroso y oscuro. Luego, súmenle que en el lateral de las referidas vigas, o el mismo techo,  a parte de notar el serrín por el efecto de los insectos se solapa a la vieja madera una estructura cristalina, irradiando esperanza, la que fluye de los cristales de calcita que estamos imaginando si somos buenos alumnos. Por último, solo deben de hacer extensible el fenómeno a cada rincón y recoveco de la húmeda sala, resultando de ello multitud de formas distribuidas por todo el sotano. Pues bien eso es , o algo parecido, lo que encontraremos en la cueva de Solins, un lugar en constante destrucción y en permanente construcción.

La destrucción, como bien explicamos en el post de la cueva del Pozo, se debe a la corrosión que se produce sobre la caliza que constituye la mayoría de material geológico de la montaña donde se sitúa la cueva de Solins. Esta corrosión va convirtiendo en polvo la roca formando por un lado, cúpulas de corrosión de diferentes formas y tamaños, y por otro, depositando en el suelo de sus pasillos y estrecheces una capa de arena finísima.

La construcción es evidente, es un proceso que da lugar a multitud  de espeleotemas. En una palabra, el agua de lluvia se infiltra por incontables intersticios y menudas grietas hasta reaccionar con la caliza para producir deposiciones de calcita, como consecuencia de la reacción del agua con la caliza. De este proceso natural derivan las conocidas estalactitas, estalagmitas, columnas… como ejemplos más relevantes y conocidos.

 

En la cueva de Solins los dos procesos, como si la natulareza quisiera poner a nuestra vista su poder, se consuman en una unión majestuosa. El espeléologo afinado durante unas horas en su interior concibe que este lugar es diferente, más aún si contempla la zona llamada Atlántida, así bautizada en honor a sus descubridores del grupo Altántida. Pero lo diferente exige un esfuerzo y Solins, desde luego, es diferente.

Como hemos dicho anteriormente, la arena depositada en la superficie como consecuencia de la corrosión durante milenios no permanece en un estado seco sino por el efecto del goteo incesante de las formaciones o espeleotemas la superficie de la cueva podríamos decir que se ha convertido en un verdadero barrizal, vamos que no hay escapatoria, quien quiera adentrarse debe considerar la idea de besar, literalmente, el barro arcilloso al arrastrarse por tortuosas y viradas gateras.

Les muestro unas fotos de la experiencia, y , ánimo para todos aquellos que se inicien en la espeleología, merece la pena. Gracias señor Daniel Vicente.

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