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Anillamiento de aves rapaces: azores

El azor Accipiter gentilis, o como le llamaba Félix Rodríguez «el pirata de la espesura», es una de las aves rapaces que más fascinación ha levantado desde el principio de los tiempos. Y sin embargo, en muy raras ocasiones se le puede ver. Su «modus operandi» nada tiene que ver con el de otras rapaces, como las águilas y los halcones. Éstas son fáciles de ver porque siempre están por allá arriba dando vueltas en busca de alguna presa, controlando sus territorios. El azor no. No suele ser habitual verle cogiendo térmicas y remontando sobre sus bosques. Al contrario, el azor es un acechador, juega al despiste. No se encarama cientos de metros en el cielo para caer como un misil  sobre su presa, como el peregrino, y tampoco se dedica a los ratones ni a los lagartos, como el oportunista ratonero. Él no, él es de manjares más exquisitos, ornitófago por naturaleza ( ¡Siempre que se pueda claro! Pero tampoco hace ascos a las ardillas). Sus manos (garras) son increíblemente largas y poderosas para evitar que en plena persecución se le escape la presa. Se lanza desde su percha (una rama con buena visibilidad y que favorezca la persecución) en el momento en que alguna despistada paloma torcaz, tórtola, mirlo, pico picapinos, ardilla… pasa por debajo.

Detalle de las patas de una hembra de azor de una muda (1 año) tras el anillamiento.

En el caso de que a alguna de sus presas le de tiempo a ver lo que se le viene encima, no le servirán las técnicas de escape para los halcones (meterse en la espesura), porque el azor está preparado para cazar en medio del pinar más cerrado, ése es su terreno. Su larguísima cola (el timón) le proporciona una maniobrabilidad increíble y sus anchas y cortas alas hacen de él un sprinter formidable.

Jose con una hembra de azor de una muda (aún se nota el plumaje de juvenil)  instantes justos antes de la liberación.

Aún con estas excepcionales habilidades la vida y la cría en la naturaleza salvaje no es fácil. Y menos aún con la degradación de los hábitats de nuestro mundo. Así que al azor no le queda otro remedio que acercarse al territorio de su más temido enemigo:el hombre. Allí hay presas fáciles y confiadas, no como las desconfiadas palomas torcaces que al mínimo ruido o señal levantan el vuelo a una velocidad de un bólido teledirigido. Los palomares y gallineros buenos son en momentos de apuro, aunque el riesgo sea demasiado grande para los azores. Aún me acuerdo como el día de la boda de Rubén estábamos tomando unos vermuts en su finca cerca de la puerta, cuando de repente apareció por una de las esquinas del trastero una de sus palomas blancas que se lanzaba como una bala contra el gallinero (donde está el palomar). Detrás de ella iba una buena hembra de azor que al ver tanta gente se asustó muchísimo y trató de frenar su carrera. Abrió las alas y bajó la cola, y rápidamente cambió su dirección para irse contra el lagucho de Caíños. Fueron sólo unos segundos, pero nos quedamos con la boca abierta (y una paloma más).

Detalle de la cabeza y los ojos. Con una muda son de color amarillento, cuando son pollos gris azulados y de adultos completamente rojos.

El azor en las Rías Baixas suele criar en pinos y eucaliptos a unas alturas muy muy considerables (lo que no les libra del expolio o de que algunos escopeteros/alimañeros les disparen para matar todo lo que haya). A veces también en nidos más bajos. Conozco uno en el PN de las Islas Atlánticas que está en un eucalipto a 5 metros del suelo.

Hace unos fines de semana en el Barbanza anillamos en colaboración con el GEMA (Grupo de Estudio de Migración de Aves) dos crías, dos machos de más de medio kilo a tan sólo unos días para hacerse rameros (saltan del nido pero se encuentran en las ramas cercanas siendo todavía alimentados por los padres).

Uno de los pollos. Fijaros en que aunque está muy emplumado aún se distingue perfectamente plumón blanco. Los ojos son claros. El pecho es rojizo con lágrimas oscuras verticales, que les ayuda a camuflarse entre los pinos.

Lore y Óscar con los dos pollos (machos).

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