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Butiá- Una especie en peligro

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A lo largo de todo el país existe un largo cordón de Palmeras, que nace en las costas del Río Uruguay y se extiende hasta Rocha en el límite con Brasil. Si bien el país no tiene un clima tropical, la presencia de suelos bajos y arenosos a permitido su distribución.
Muchas de ellas son centenarias y básicamente hay 5 especies, la palmera Butiá, la Yatay, la Caranday , la Chiriva o Pindó y la Yatay Poñí.
Ya sus nombres evidencian su presencia desde época indígena.
Florecen en primavera y sus frutos amarillo naranja de sabor agridulce, acuosos y aromáticos aparecen en otoño e invierno. Su carozo tiene dos o tres semillas llamadas almendras.

Alrededor de la palmera hubo durante décadas una próspera industria, básicamente familiar de crin vegetal a partir de la hoja de palma para la elaboración de suelas para zapatillas, para el relleno de muñecas, colchones, asientos y respaldo de sillas y de vehículos, para armar limpia pies o felpudos, para la fabricación de escobillones y para los cilindros de las barredoras mecánicas. También se elaboró aceite de la almendra del coco de Butiá y jabón de coco. Las hojas de palmas se las utiliza para el quinchado de viviendas, graneros y resguardo de ganado. La penca fue y es aún usada como combustible en las cocinas a leña, hornos de campaña y de panaderías. La corteza del tronco de la palma Butiá era muy apreciada por los herreros como un buen elemento combustible en las fraguas. También fue utilizado en el medio rural para la construcción de bateas para dar de beber agua o dar de comer ración al ganado. Existen relatos que indican que con el tronco se construían las paredes de galpones y graneros, luego se revocaban de barro. Su parte fibrosa fue un elemento de limpieza de utensilios domésticos, jugando el rol de la esponja de aluminio o de alambre actual. Con el tronco se confeccionaron macetas para plantas ornamentales, y la fibra interior, una vez descompuesta, era usada como un excelente abono orgánico. La almendra también fue utilizada como alimento de aves y de cerdos, y para consumo humano. El coco también fue un buen combustible en los hogares rurales. Se utilizó además, mezclado con la tierra del cupí (termitero) para construir pisos de viviendas y galpones.
Según crónicas que datan de fines del siglo XIX, en el Palmar de la Laguna Negra existió una fábrica que elaboraba aguardiente o vino de palma a partir de la savia extraída de los troncos a través de su cogollo. A esta bebida se le llamó Arak. Actualmente la cultura productiva del palmar se da especialmente en la producción artesanal de diversos productos a partir de su fruto: el Butiá. Entre lo que podemos destacar: miel, licor o caña, vino, helados, jalea, mermelada y salsa que se emplea para aderezar carnes magras. De la almendra se produce el «café de coco» y «licor de almendras»

Los Corrales de Palmas son otros testimonios de los usos del palmar. En la región de Castillos existen cerca de una treintena y hoy son el mudo testimonio de una riqueza cultural productiva cuyos orígenes se establecen allá por el siglo XVIII en la Vaquería del Mar de la Estancia del Rey, El Palmar.
Creen los historiadores que el trazado del camino de palmeras que atraviesa el país no es casual, sino que es fruto de la “siembra” accidental que los indios charrúas y guenoanes realizaban al mudarse de zonas inundables a altas, durante las distintas estaciones. Debido al pequeño tamaño de sus frutos y su alto poder nutritivo, se sabe que alimentaban al grupo en su mudanza con ellas y muchas de las semillas quedaban en el camino dando lugar a los palmerales que hoy vemos.
Pero en lo últimos años se aprecia un deterioro bastante importante en los ejemplares, que en su mayoría son viejos. Hay un movimiento nacional por su recuperación. No solo por todo lo que aporta al hombre sino porque hay un porcentaje importante de fauna y flora dependiente de la Butiá.

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