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Woodwardia radicans, un tesoro de tiempos pasados

En un lugar del Barbanza, de cuyo nombre no quiero acordarme, podemos encontrar un tesoro, una auténtica joya de nuestro patrimonio natural. En un encajado río, en medio del bosque caducifolio, una zona que se ha preservado extraordinariamente bien gracias a la escabrosidad de su terreno de los monocultivos forestales como el pino y el eucalipto. Con estas plantaciones forestales hemos transformado nuestro territorio hasta hacerlo irreconocible de cómo sería en el pasado e hipotecado nuestro futuro y patrimonio natural. El helecho Woodwardia radicans, de la familia Blechnaceae, es un recuerdo de tiempos pasados, de lo que se conoce como flora macaronésica, típica de islas del Atlántico cercanas a África con condiciones climáticas de tipo oceánico-templado y subtropical. Este helecho tiene su origen, nada más y nada menos que en la época Terciaria hace 65 millones de años, pero que en la actualidad ha quedado restringido a las zonas donde pudo escapar de las últimas glaciacione del Cuaternario, y en lugares muy específicos que mantienen las condiciones de elevada humedad y ausencia de heladas durante todo el año. Como las islas Canarias, Azores y algunas zonas del norte de España, como el norte de Galicia y Asturias.

La humedad es altísima y la vegetación exuberante incluso en medio del invierno en ese pequeño bosque. Foto Javier Iglesias.

En estas dos últimas áreas, además, esta especie sólo ha podido resistir, en barrancos y cañones, de gran pendiente y zonas muy escabrosas, donde nunca fue posible ningún tipo de explotación agroforestal, y por tanto, está asociada también a los mínimos restos del legendario bosque Atlántico que quedan en Galicia. Un bosque caducifolio con diferentes especies como el roble, el aliso, el fresno…, del cual el mejor ejemplo son las siempre amenazadas Fragas do Eume.

El camino nos conducía al lado del río por en medio del bosque atlántico. Foto de Javier Iglesias.

Lo que yo desconocía, era que pudiera haber una población en el Barbanza tan importante de estas reliquias naturales. En un lugar que no voy a mencionar para no comprometer su status de conservación, el otro día nos llevó un amigo por un camino que penetraba en ese pequeño y estrecho, bosque, sí, un bosque atlántico que rodea un veloz y caudaloso río de aguas límpidas y cristalinas. A la sombra de los «carballos» descendimos por  un sendero hasta un viejo puente, ya comenzando uno a preguntarse si en algún momento nos habíamos teletransportado desde el Barbanza hasta O Courel por lo extraño que resulta poder andar unos minutos sin ver un pino o un eucalipto. Así que allí estaba aquel viejo puente de piedra que permitía el paso del río bajo el dosel del bosque atlántico. En cuanto nos acercamos al puente, lo vi, a unos 30 metros río arriba, apareció un pequeño cantil, y lo que me llamó la atención, fue que ese cantil, esa pared vertical, estaba cubierta de arriba a abajo, no por «toxos» ni por «silveiras» que sería lo habitual, sino por este helecho enorme con frondes de hasta 2,5 m (frondes es como se les llama a las «hojas» de los helechos) que se descolgaban hasta el río.

Antiguo puente de piedra que permite cruzar el pequeño pero caudaloso río. Foto de Javier Iglesias.

Cubierto por la vegetación, el bosque atlántico que nos rodea provoca que aquel lugar sea de incomparable belleza. Foto de Javier Iglesias.

Nos acercamos hasta allí y uno se siente empequeñecido por el tamaño de estos helechos. Era una sensación como de Parque Jurásico, de un mundo pasado, al que sólo podemos acercarnos en lugares tan aislados como éste.

Y ahí estaba yo, en medio de aquellos helechos enormes, Woodwardia radicans. Foto de Javier Iglesias.

Aparte de tener unas frondes, tan enormes, que recuerdan a helechos arborescentes como la famosa Dicksonia antartica, llama también la atención la disposición de sus soros, tejido donde se producen las esporas para la reproducción, que parece como si estuvieran cosidos al envés de la fronde por una máquina de coser. Este género se bautizó así en honor al apellido de TJ Woodward famoso botánico inglés, y por otro lado, el «radicans» porque esta especie en los ápices de las hojas generan brotes con raicillas que se anclan al suelo como método de propagación asexual para así generar otro individuo y expandir su territorio.


Haz de la fronde de Woodwardia, se aprecia el lugar que ocupan los soros en el envés, como si fueran realizados por una máquina de coser. Foto Javier Iglesias.

Envés de la hoja, el reverso, donde se pueden apreciar mejor los soros, la morfología de los soros es un carácter muy utilizado para la taxonomía, la clasificación de las diferentes especies, de los helechos.

Detalle de un brote con sus raíces que se desarrolla en el ápice de una fronde. Foto: Javier Iglesias

En Galicia está especie se encuentra dentro del Catálogo de Especies Amenazadas como Vulnerable, a nivel europeo se encuentra dentro de los anexos II y IV, donde están las especies de interés comunitario sobre las que se deben establecer zonas de protección especial y estricta. Por tanto, esta especie es una auténtica joya, que tenemos en la comarca y que merece toda nuestra protección, junto con otras especies que aquí ya hablamos (musgo luminoso y plantas carnívoras) y más de las que hablaremos, conforman un patrimonio natural tan envidiable, que bien gestionado y manejado sería de gran interés para aficionados a la naturaleza y científicos de España y Europa, promoviendo económicamente valores de desarrollo sostenible y un compromiso con nuestro medio natural.

 

 

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