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Liberando Tortugas Marinas (II) – El invalorable aprendizaje

Independientemente de que “La Bocana” sea una encantadora playa rodeada por dos entradas de río, en donde las tortugas han encontrado el hábitat perfecto para desovar –a diferencia de los cuentos de hadas en los que en su mayoría tienen un final feliz– en la vida de las tortugas marinas sucede lo contrario: aproximadamente sólo 3 de cada 1.000 tortugas alcanzan la madurez para reproducirse, lo que significa una probabilidad bastante reducida, casi obra de un milagro.

Atardecer en «La Bocana», playa rodeada por 2 ríos.

Una vez que las tortugas recién nacidas han llegado al mar, deberán sortear un sinnúmero de osadías, las cuales van desde morir de inanición hasta ser devoradas en cualquier momento. Sin embargo, el peligro comienza desde el instante en que los huevos son depositados en la arena por la madre, pues en varias ocasiones, las crías ni siquiera llegan a nacer a consecuencia de condiciones climáticas inadecuadas, los ataques de depredadores silvestres y –la más inminente y peor de todas las amenazas– que seres sin escrúpulos ni conciencia alguna se dediquen a la sangrienta cacería de tortugas y al saqueo incontrolado de los huevos para su venta.

El arribo de una tortuga Lepydochelis olivácea a la playa.

Es por ello que el rastreo y localización de los nidos en el campamento se convierte en una tarea permanente de vida o muerte, donde la Ley de la Selva predomina ante cualquier ley de protección prescrita: quien primero encuentre el nido, es a quien le pertenece, sin importar cuál sea su destino final. Don Roberto, a través de los años, ha logrado convertirse en un experto para descubrir los nidos a tiempo, aun cuando las tortugas hacen tremenda labor para disimularlos. En ocasiones él corre con mucha suerte y le toma unos instantes detectar el rastro camuflado de las tortugas para tropezarse con uno; pero en otras, debe patrullar la zona durante extenuantes caminatas nocturnas que terminan minutos antes del alba, sin importar los fuertes vientos o la intensidad de repentinas lluvias.

El rastreo y localización de los nidos se convierte en una tarea de vida o muerte.

Aquella noche, peculiarmente estrellada, en la que nos unimos a la expedición, caminamos alrededor de 50 minutos a “ciegas”, casi en completo silencio y bajo una luz demasiado tenue –de manera que nuestra presencia no incomodara a nuestras invitadas de honor– cuando ¡de pronto!, avistamos un ejemplar de tortuga golfina, Lepydochelis olivácea, que ya estaba en pleno desove, especie que cava nidos de 40 a 45 centímetros de profundidad dejando alrededor de 80 a 100 huevos en la arena (muy semejantes a las pelotas de pin pon) y cuyo periodo de incubación varía de 42 a 50 días.

Un ejemplar de tortuga golfina, Lepydochelis olivácea, en pleno desove.

Contrariamente a lo que muchos aseguran, las tortugas no derraman lágrimas por el dolor que se le atribuye al desove ni mucho menos por la tristeza que le causa no poder defender su nido, este líquido más bien le ayuda a eliminar la sal de su cuerpo, a la vez que le permite mantener sus ojos libres de arena.

Cuando al fin la tortuga terminó de liberar sus huevos, usó sus poderosas aletas para cubrir el hoyo y tras asegurarse de haber cubierto cualquier huella, se dirigió nuevamente hacia las profundidades del mar.

Por fortuna, nosotros fuimos los primeros en hallar el tesoro y por lo tanto, los dueños del mismo. Jonás, con sumo cuidado, extrajo cada uno de los huevos poniéndolos en el interior de una bolsa de polietileno para salvaguardarlos de cualquier cambio de temperatura y llevarlos al campamento, en donde de nueva cuenta fueron enterrados en la arena, no sin antes hacer un registro de ellos.

Bajo la protección del campamento, todos los días Roberto se dedica en cuerpo y alma a monitorear los nidos rescatados, a fin de crear las condiciones idóneas para obtener el éxito deseado. Un arduo, pero orgulloso trabajo que –junto con la ayuda de voluntarios entusiastas quienes llegan a este recóndito lugar gracias a Enlace Ecológico– le ha permitido liberar alrededor de 40,000 tortugas al año.

EL registro de los nidos -así como el monitoreo de humedad y temperatura- son tareas altamente importantes dentro del campamento.

Roberto no percibe salario alguno, ni mucho menos un apoyo económico por parte de las autoridades ambientales; de hecho me resulta irónico que él deba pagar una concesión para poder realizar esta actividad. Pese a ello, lo que sí merece Roberto es nuestro respeto y más grande reconocimiento por esta increíble y valerosa labor en pro de las tortugas marinas, cuyo objetivo es contribuir a la conservación y preservación de las especies a través de un turismo sustentable, en donde el cuidado y concienciación de los recursos naturales es altamente importante.

Las experiencias vividas durante este viaje, me hicieron reflexionar sobre la complejidad de nuestra relación con los seres que compartimos el planeta y este invalorable aprendizaje, me permitió gozar de una magnífica oportunidad para conocerlas de cerca y entonces, poder ayudarlas de alguna forma.

Es cierto que de nada sirve visitar un lugar, si la única forma de volver a él sea haciendo un viaje al baúl de los recuerdos o contemplando con nostalgia lo que alguna vez fue. La tarea persiste y por mientras, me encuentro sumamente ansiosa de emprender otra aventura para conocer a la especie más grande de todas: la laúd Dermochelys coriácea, cuya temporada de nidación ya ha comenzado.

P.D. Para mayor información sobre el campamento, visitar la página de  Enlace Ecológico A.C., a quienes agradezco infinitamente por su colaboración y por el gran trabajo que  realizan para que este proyecto a favor de las tortugas marinas, se siga llevando a cabo ¡Mil gracias! Cont@cto: enlace.ecologico@gmail.com

Tortugas Lepydochelis olivácea recién nacidas.

A punto de partir hacia la gran aventura oceánica.

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