Los Bloggers de Axena

El ataque del tiburón cigarro

Marzo de 2009: El pez se movía silenciosamente a través de las aguas nocturnas, propulsado por los rítmicos movimientos de su cola. Apenas si se notaba algún otro movimiento: alguna que otra corrección en su trayectoria aparentemente sin rumbo… ejem, pero mejor dejemos a Peter Benchley y la ficción a un lado y atengámonos a los hechos. En realidad, el pez sí tenía un rumbo: como todas las noches, se dirigía hacia la superficie procedente de la oscuridad perpetua de las aguas profundas, guiado por la apagada penumbra de la noche de Hawaii punteada de estrellas. Fue a medio camino cuando percibió un extraño sonido de baja frecuencia; y a los pocos segundos los sensores de su línea lateral empezaron a detectar bruscas alteraciones en las ondas de presión, leves al principio, pero que probablemente correspondían a un animal grande. Una presa. Y había algo más: todas las señales apuntaban a que iba acompañada de un buen número de pequeñas criaturas. No podía pedir más. Tenía hambre y hacia allá se fue, como un rayo, seguido de un buen grupo de congéneres.

Por su parte, la presa, que respondía al sugerente nombre de Mike Spalding, llevaba casi cuatro horas y media en el agua, en la apagada penumbra de la noche de Hawaii, etc. Había recorrido ya 11 de las  30 millas del canal de Alenuihaha, que separa la que llaman «Gran Isla» (Hawai) de Maui, y que, nadie sabe por qué, se había propuesto cruzar a nado. Iba escoltado por una lancha y un vecino en kayak, que acababan de encender sus focos, lo cual había atraído a un sinfín de calamares, que atravesaban como dardos blancos el círculo de luz sobre el agua. Era divertido, si bien un punto inquietante… y peligroso. Y entonces sintió un repentino y agudísimo dolor en la zona del esternón. Se llevó la mano al pecho y comprobó que algo le había causado una herida que no parecía muy profunda, pero que sangraba, de modo que decidió abortar su hazaña y se dirigió hacia el kayak, que estaba a menos de dos metros. En ese momento se produjo un segundo y devastador ataque, esta vez sobre su pantorrilla izquierda. El agua comenzó a templarse con la sangre que manaba de la herida. Mike estaba ahora asustado de verdad y empezó a gritar también de dolor. El kayak se llenó de sangre a los pocos minutos de subir a él. Lo pasaron a la lancha, donde le pusieron antibiótico y con una toalla trataron de contener la hemorragia.

En el hospital comprobaron que presentaba una herida circular de unos 7,5 cm de diámetro y 2,5 cm de profundidad. El culpable se había puesto en evidencia. Sólo un animal es capaz de provocar heridas de esa naturaleza: el tiburón cigarro, conocido en inglés, justamente, con el nombre de cookiecutter (‘corta galletas’), posiblemente un Isistius brasiliensis.

Los tiburones cigarro tienen una doble estrategia alimentaria: son depredadores y ectoparásitos. Por un lado, son voraces consumidores de pequeños peces, crustáceos y cefalópodos; por otro, son capaces de fijarse a la piel de grandes vertebrados marinos (espadas, túnidos, cetáceos, etc.) y arrancar grandes trozos de carne. Para ello están dotados de grandes labios succionadores, una faringe modificada y una dentadura especialmente diseñada: dientes superiores en forma de gancho, pequeños y puntiagudos, que sirven para anclarse a la víctima y para sujetar las «galletas» de carne una vez cortadas y arrancadas; los inferiores son muy grandes, afilados como cuchillas, de cúspide triangular e imbricados en una única fila funcional, como la hoja de un serrucho, y son los que se se utilizan para cortar.

La técnica que emplean es también única: primero seleccionan un objetivo, una presa idónea, a la que pueden atraer poniéndose ellos mismos de señuelos mediante sus potentes órganos bioluminiscentes (se dice que estos tiburones son los más bioluminiscentes de todos; por eso su nombre genérico procede de Isis, la diosa egipcia de la luz). Cuando está lo suficientemente cerca, se lanzan a toda velocidad y se fijan a ella con la boca: los labios se pegan firmemente a la piel con la ayuda de los dientes y la acción de la lengua y la faringe, que producen un movimiento de succión mediante la creación de vacío. A continuación, el tiburón se retuerce y gira sobre si mismo; y, como un compás trazando un círculo, los dientes inferiores cortan y arrancan un buen trozo de carne dejando una característica herida, profunda y dolorosísima, en forma de cráter (1). La voracidad de estos animales les ha llevado a atacar cables submarinos así como las cubiertas de goma de los sónares de submarinos nucleares.

Hasta ahora se han descrito tres especies del género Isistius: el pitillo o tiburón cigarro (Isistius brasiliensis), el Isistius labialis y el tiburón cigarro dentudo (Isistius plutodus). Pertenecen al orden de los Squaliformes (tiburones sin aleta anal, entre otras características), familia Dalatiidae. Afortunadamente son peces que no suelen llegar a los 50 cm de longitud total. Y digo afortunadamente porque a su enorme voracidad hay que unir el hecho de que son los tiburones que poseen los dientes más grandes en relación con el cuerpo (de los tres, ya os imagináis que el campeón absoluto sería el Isistius plutodus). Sus cuerpos son cilíndricos y alargados, como un gran puro habano. Tienen un morro corto y bulboso, con las narinas adelantadas, ojos grandes y labios también grandes y carnosos. Las aletas son pequeñas: las dorsales carecen de espinas y están muy retrasadas, y las pectorales son cuadrangulares. De color son también parecidos: color gris oscuro o terroso, con una banda gular más oscura, salvo en el I. plutodus.

Isistius brasiliensis

Se sabe muy poco de sus hábitos y biología, excepto en el caso del Isistius brasiliensis. Por cierto, una costumbre sumamente insólita de este tiburón es que se traga y digiere sus propios dientes inferiores de sustitución (que se caen y se reponen en bloque, no individualmente como en el resto de especies), se cree que con el objetivo de mantener los niveles de calcio de su cuerpo a un nivel óptimo. En general, habitan las aguas cálidas de todo el mundo; no obstante, la única especie de I. labialis de que tenemos noticia fue capturada al sur del Mar de China, en el Pacífico. Son de hábitos epipelágicos o batipelágicos, entre los 85 y los 3000 m (I. brasiliensis). Probablemente son vivíparos aplacentarios (ovovivíparos), con camadas de entre 6 y 8 crías (de nuevo, en el I. brasiliensis).

Viven agrupados en bancos y realizan fuertes migraciones verticales: durante el día permanecen en el fondo y por la noche suben a la superficie siguiendo el movimiento de sus presas naturales, entre las que como es lógico pensar, no figuraba Mike Spalding, pero ya que estaba allí, pues fue etiquetado como comida. Y uno no puede dejar de sonreírse al leer lo que escribía Compagno en el volumen 1 del catálogo de tiburones de la FAO, Sharks of the World (1984): «the chances of it attacking a swimmer or diver are remote though possible» (‘las probabilidades de que ataque a un nadador o a un buceador son remotas aunque factibles’). ¿Qué fue lo que ocurrió? Fundamentalmente, que el señor este estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada; y lo segundo, que la luz de los focos de las embarcaciones atrajo a multitud de posibles presas como los calamares, las cuales a su vez atrajeron al grupito de Isistius.

Hay un tercer factor de suma importancia: la noche. ¿Qué pintaba este señor nadando en solitario en plena noche en aguas de Hawaii en vez de estar sentado en su saloncito viendo la tele en pijama y pantuflas? Lo cierto es que tuvo mucha suerte, porque si en lugar de un cigarro llega a encontrarse con un tiburón tigre de 4 metros (que en aquellas aguas hay pocos) habría acabado convertido en una bandejita de carne picada. Qué poca cabeza. En cualquier caso, Mike Spalding tiene el honor de haberse convertido en la primera víctima conocida de un ataque de tiburón cigarro (en realidad deberíamos decir «tiburones cigarro», en plural, pues lo más probable es que los dos ataques fuesen realizados por individuos distintos). Existe otro caso anterior, de julio de 1992 sobre un pescador que se había ahogado, pero la autopsia demostró que las mordeduras se habían producido post mortem, con lo que no vale, es trampa.

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(1) En el blog Ecología Azul podéis encontrar unas interesantes fotografías hechas por Gonzalo Mucientes de heridas causadas por el tiburón cigarro en espadas y marrajos del Pacífico sur.

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