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La visera, un tiburón de profundidades

A todos nos gustan los animales; unos más, otros menos, y otros nada en absoluto. Algunos es posible que incluso nos resulten particularmente aborrecibles y repelentes (por ejemplo, yo reconozco que tengo un serio problema con las moscas, ciertos insectos peludos -excepto la abeja Maya- y las hienas). Por el contrario, otros bichos nos atraen de una forma especial porque despiertan en nosotros una poderosa fascinación, que suele ser tanto más profunda cuanto más temprano es su origen, cuanto más nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. A mí me pasa con los tiburones, una afición que procede de mi niñez y que hoy sigue más entera que nunca. Cuantas más cosas aprendo de estos animales, más me fascinan. Y no es que sea un original; esto le ocurre a mucha gente: los tiburones fascinan tanto por lo que ya se conoce de ellos como por lo mucho que queda por conocer. Porque salvo un puñado de especies, todavía sabemos muy poco de estas criaturas, lo cual hace que de algún modo conserven, todavía hoy, ese aura de misterio que siempre las ha rodeado.

Esto es particularmente cierto en el caso de los tiburones de aguas profundas. La mayor parte del conocimiento que tenemos de ellos no procede de la observación directa en su medio natural, como es lógico (pocas veces se les ha podido filmar y fotografiar en su hábitat), sino que es el resultado de necropsias, de conjeturas realizadas a partir del examen de individuos aislados y estudios comparativos, de registros de capturas no siempre fiables, etc. Hoy me gustaría presentaros a uno de estos pececitos: la visera (Deania calcea), cuyo rango batimétrico abarca desde los 70 m hasta los 1740 m, si bien parece preferir aguas entre los 500 m y los 900 m. El buen amigo que me trajo este ejemplar, Juan, patrón del Nuevo Sin Par, de Castiñeiras, me comentó que en el cantil son muy abundantes y que cada vez que va por allí suelen caer unos cuantos.

La visera no parece tener un excesivo interés comercial (exceptuando el aceite de su voluminoso hígado y también, cada vez más, su carne), al menos por lo que he podido hablar con los pescadores de por aquí, y por eso no son muchas las ocasiones en que uno tiene la oportunidad de ver ejemplares en lonja. De manera que cuando aquella tarde sonó el teléfono y Juan me dijo que tenía algo para mi que seguro que me iba a gustar, que me lo dejaba metido en una bolsa al lado del puente para que lo recogiera cuando pudiese, y que era «un pico pato», pues casi me da un patatús, como os podéis imaginar. Dejé todo lo que tenía entre manos, agarré el coche y salí pitando.

Se trataba, efectivamente, de una preciosa hembra de 95 cm (las fotos explican claramente porqué tiene ese nombre: un morro larguísimo, aplanado en forma de espátula, con las narinas totalmente ventrales y en posición transversal). Era de noche, la observé un buen rato sobre la cubierta del Nuevo Sin Par bajo la luz de las farolas del muelle y me la llevé a casa. Pasó la noche metida en la nevera, al lado del pollo, que, como también estaba muerto, pues no hubo lugar a mucha conversación. Por la mañana le haría una sesión de fotos.

La Deania calcea pertenece al orden de los Squaliformes (tiburones con 5 pares de aberturas branquiales laterales, sin aleta anal, dos aletas dorsales y cuerpo no aplanado dorsoventralmente como el de las rayas), familia Centrophoridae, como los quelvachos y sapatas. Lo que llama poderosamente la atención, además del largo morro espatulado repleto de receptores eléctricos, son las dos fuertes espinas delante de cada dorsal, y también esos enormes ojos verdosos típicos de las especies que habitan en la perpetua penumbra de las aguas profundas.

No es un tiburón muy grande. Al nacer miden unos 30 centímetros y llegan a la madurez en torno a los 80 cm, los machos, y hacia los 100 cm las hembras. La longitud total máxima registrada es de 136 cm, concretamente una hembra capturada en Mauritania. Como se aprecia en las fotos, su color es gris pardusco (o pardo grisáceo), bastante más pálido en la zona ventral. La piel es de tacto suave a pesar de que está cubierta de característicos dentículos dérmicos en forma de tridente.

Las aletas pectorales no son muy grandes y tienen forma trapezoidal. Las pélvicas son bastante más pequeñas. El pedúnculo caudal es corto y carece de quilla inferior (rasgo distintivo que diferencia a esta especie de su prima hermana Deania profundorum o Visera flecha). La aleta caudal no es muy grande, su lóbulo terminal está bien marcado y el inferior es corto. Todo ello, unido a su musculatura un tanto «fofa», apunta a una especie de movimientos lentos, poco dada a la natación activa.

La viseras son tiburones de fondo relativamente frecuentes, de hecho es la más común de las especies del género Deania. Se encuentran en aguas frías a templadas del Atlántico oriental desde Islandia hasta Sudáfrica, también en el Pacífico oriental, Taiwán, Nueva Zelanda, Australia. Vive sobre fondos de la plataforma y el talud continental. Como otras especies de profundidad, forman agrupaciones o bancos en los que existe segregación en profundidad por tamaño y estado de madurez. Se alimenta básicamente de pequeños peces bentónicos y demersales, cefalópodos, gambas, camarones y diversos crustáceos.

En cuanto a su sistema reproductivo, la visera es vivípara aplacentaria (ovovivípara), con camadas de 6 a 12 fetos, y posiblemente su ciclo reproductivo sea bianual, como otras especies similares.

Cuando terminó la sesión de fotos, la pobre Deania calcea se fue directa y rauda al contenedor de basura orgánica. El día se me complicó y no tuve tiempo para hacerle un estudio más completo.

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