Los Bloggers de Axena

Ese Atlántico que jamás conoceremos (II)

En la primera parte de este post, explicábamos de qué forma la idea que nos hemos formado sobre la situación de nuestro océano se encuentra viciada por una larga trayectoria de destrucción sistemática, larga desde el punto de vista humano, pero ínfima desde el punto de vista del propio océano. Hombre y naturaleza son realidades tan distintas que no podemos medir la una con los mismos parámetros que utilizamos para la otra. Y añadíamos que el mar que conocimos, o el que conocieron nuestros abuelos hace 50 o incluso 100 años, con toda probabilidad era ya un pálido reflejo de lo que una vez realmente fue, antes de la consolidación de los métodos y mentalidad de la pesca industrial. Disponemos de testimonios escritos que nos lo demuestran, que nos describen un Atlántico totalmente desconocido, un océano pletórico, rebosante de vida y capaz de sustentar, con sobrada generosidad, no sólo a una infinitud de seres marinos y terrestres, sino a una parte esencial de la actividad económica de todo el continente. Veamos uno de ellos.

Los documentales de naturaleza nos han familiarizado a muchos con un impresionante fenómeno natural que tiene lugar en el extremo sur de África entre los meses de mayo y julio. Se trata de la migración de la sardina (Sardinops sagax), tal vez más conocida por su nombre en inglés: Sardine run, cuyas imágenes son las que ilustran este largo post. Cuando llega la época de reproducción, este pequeño pez se desplaza en enormes bancos que a menudo superan los 7 km de largo por 1,5 km de ancho y 30 m de profundidad, tras los cuales viajan infinidad de depredadores: ballenas, delfines, tiburones, aves marinas… Se trata de un extraordinario fenómeno que todos los años atrae a cientos o miles de turistas y operadores de televisión, generando una actividad económica considerable, además de la derivada de la pesca propiamente dicha.

Pues bien, algo muy similar ocurría hace unos doscientos años en la otra punta del Atlántico, en las costas septentrionales de Europa (es decir, aquí al lado), aunque, por desgracia, sin turistas ni cámaras de televisión que pudiesen dar fe de lo que estábamos a punto de perder. Se trataba de la migración del arenque (Clupea harengus), la especie más abundante y, de lejos, la de mayor importancia económica. Cada temporada, bancos gigantescos se desplazaban y arremolinaban todo a lo largo de estas costas, desde Islandia hasta la Bretaña francesa, dando lugar a un prodigioso espectáculo que los europeos de hoy difícilmente podemos siquiera imaginar en un mar comparativamente desierto y apenas productivo. En la zona meridional (costa sur de Francia, España y Portugal) los protagonistas eran la sardina y el boquerón, pero sin alcanzar las proporciones del fenómeno del arenque.

«Tan pronto [los arenques] abandonan su retiro, millones de enemigos surgen para diezmar sus escuadrones. Los rorcuales y cachalotes engullen barriles de un bocado; la marsopa, la orca, el tiburón y toda la numerosa tribu de perros marinos al completo encuentran en ellos una presa fácil, y dejan de hacerse la guerra unos a otros; y por si fuera poco, las innumerables bandadas de aves marinas […] devoran las cantidades que se les antoja. Estos enemigos hacen que los arenques se junten formando un cuerpo tan apretado, que una pala o cualquier objeto hueco introducido en el agua los captura sin mayor problema.»

Olaus Magnus, un escritor sueco del s. XVI, llegaba a afirmar que en tales circunstancias un arpón clavado en el agua se mantenía perfectamente en pie, sin caerse.

 

Desde sus puestos en la costa, los pescadores de bajura oteaban el horizonte en busca de indicios de su llegada: la presencia de algunos de sus depredadores, un cambio en el color o en el aspecto del mar, posiblemente también las aletas de los tiburones peregrinos que llegaban a millares cada temporada y eran señal segura de la abundancia de plancton. Hasta que un buen día, «oscureciendo el mar a lo lejos, de tal manera que su número parece inagotable», aparecía al fin el gran banco: un ejército de millones y millones de arenques acosado y atacado en todos sus flancos por un sinfín de depredadores, que a su vez servían de presa de otros depredadores de mayor tamaño: grandes peces, mamíferos marinos como ballenas, marsopas, calderones, delfines, focas; diferentes especies de tiburones: cailones, marrajos, tintoreras, zorros marinos, de vez en cuando tiburones blancos; y por supuesto, desde el aire, nubes inmensas de alcatraces y otras aves marinas zambulléndose en una algarabía ensordecedora. «El océano entero parece estar vivo.»

«Cuando llega el grupo principal, su anchura y profundidad son tales que alteran la misma apariencia del océano. Viene dividido en varias columnas de cinco o seis millas de largo por tres o cuatro de ancho, y a su paso el agua se encrespa como expulsada de su lecho. A veces se hunden por espacio de diez o quince minutos y luego ascienden de nuevo a la superficie; y con tiempo soleado centellean con una variedad de magníficos colores, como un campo salpicado de púrpura, oro y celeste. Los pescadores están ya preparados para brindarles el oportuno recibimiento; y mediante redes hechas para la ocasión, a veces toman más de dos mil barriles en un solo lance.»


 

 

 

 

 

 

 

 

Si la actividad de los pescadores en el mar o desde tierra era frenética, la de los miles de personas empleadas en tareas de procesamiento y transporte no lo era menos. Mujeres, niños y viejos salaban y preparaban el pescado, construían y reparaban redes, cuerdas, barriles, etc… casi a contrarreloj. En ocasiones, el volumen de las capturas era de tal calibre, que o bien no había sal suficiente, o bien se habían acabado los barriles… Y así hasta el final de la campaña. Los viajeros que acertaban a pasar por las cercanías de aquella costa no tardaban en sentir la pestilencia de los miles de peces muertos que quedaban todavía en las playas arrastrados por el mar, y también de los que habían servido para abonar los campos.

 

Hasta aquí una visión fugaz de lo que ha sido. No es un mal punto de partida para volver a pensar y analizar el problema, pero esta vez desde una óptica más acertada, mejor calibrada. Una perspectiva excesivamente antropocéntrica (y yo añadiría que también interesada) nos ha impedido ver la realidad en toda su cortante crudeza, como sería lo deseable. No es que nos vaya el masoquismo, como malintencionadamente se apunta siempre desde los mismos lugares cada vez que surge el debate en estos o parecidos términos. En realidad, se trata de algo infinitamente más aburrido, algo tan elemental como considerar que sólo mediante un análisis honesto y riguroso, por mucho dolor que nos causen sus conclusiones, nos será posible comprender la verdadera naturaleza y dimensiones del problema, a fin de elaborar e implementar cabalmente (si tal es, efectivamente, el verdadero interés de las partes y autoridades implicadas) medidas encaminadas a que el mar recupere, al menos, una parte del esplendor que una vez realmente tuvo, no el que creemos que ha tenido.  Lo otro es como hacer tiro al plato con una escopeta de feria, de estas que tienen el objetivo torcido.

 

Para terminar, la idea principal de todo este palabrerío que os acabo de endilgar no es mía, sino que la he tomado prestada. Lo único que he hecho es adaptarla y sazonarla a mi gusto. Procede de un fascinante y estimulante libro titulado The Unnatural History of the Sea. Past and Future of Humanity and Fishing (Londres: Gaia, 2007), algo así como ‘La historia antinatural del mar. Pasado y futuro de la humanidad y de la pesca’. Su autor es un biólogo marino que quizá algunos conozcáis: Callum Roberts. Una lectura muy recomendable, yo diría que imprescindible (por cierto, que no entiendo cómo es posible que todavía no haya sido traducida -¿alguien se anima?).

Las citas y frases entrecomilladas pertenecen a otra magnífica obra publicada en 1774:  A History of the Earth and Animated Nature, del inglés Oliver Goldsmith, concretamente el segundo volumen, en donde se trata de los peces, entre otras especies. Si hay alguien interesado, se lo puede descargar desde aquí (eso sí, está en inglés) y en este otro enlace encontraréis una traducción, pero sólo de los capítulos referidos a los tiburones.

 

 

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